Turquía.
Turquía, Perdido en Asia, encontrado en Europa
TURQUÍA.
PERDIDO EN ASIA, ENCONTRADO EN EUROPA.
Santa Sofía, Estambul
PERDIDO EN ASIA, ENCONTRADO EN EUROPA
Visitas a Turquía.
En realidad conozco poco Turquía. La he visitado en cinco oportunidades, pero varias veces sólo ha sido un par de días en las detenciones de cruceros por el Egeo. Otra vez estaba en la isla de Kos, en Grecia, rindiéndole homenaje a Hipócrates y con dos amigas, decidimos pasar a Turquía que está a muy corta distancia y estuvimos un par de días en Bodrum. En los cruceros señalados, viajando con mi esposa en dos oportunidades y otra vez con mi hijo menor, estuvimos un día en Estambul, en cada oportunidad, un día en Esmirna y un día en Kusadasi y Éfeso. A pesar de ser pocas estadías y de su brevedad, tienen la virtud de ver la misma Turquía y sus cambios vertiginosos en los últimos veinte años. La estadía más larga fue en el 2007, cuando después de visitar Bulgaria, llegué por tren a Estambul y permanecí allí una semana.
Introducción al país.
Aunque no es mi costumbre mencionar muchos datos del país visitado, en este caso conviene hacerlo porque en Chile se desconoce esa nación y abundan los mitos. Así por ejemplo, en Chile, cuando se habla de “turcos” se hace referencia a los inmigrantes que llegaron a comienzos del siglo XX y que provenían de Imperio Turco (antes de que Turquía se transformase en república) y eran, en realidad, palestinos, sirios y libaneses que venían con pasaportes del imperio turco. Otro mito, casi universal, es creer que los turcos son árabes, ellos no son semitas (como los árabes y judíos) son indoeuropeos, lo que ocurre es que, en general, los árabes y los turcos son musulmanes y durante muchos siglos varios países árabes estuvieron integrados al Imperio Turco, existiendo fuerte antagonismo entre árabes y turcos.
Chile (considerando sólo el territorio continental) y Turquía son países que tienen una superficie similar (780.000 Kmts cuadrados aproximadamente), pero la dimensión poblacional es muy diferente. En el 2007 Turquía tenía 71 millones de habitantes y Chile 16 millones. Su nivel de desarrollo era similar, pero en los últimos años Turquía se ha adelantado mucho (unos 20 mil dólares per cápita contra 14.000 de Chile, en PPA). En algunos indicadores, como la esperanza de vida Chile registra mejores niveles. También se cree que Turquía es un país pobre, sin embargo, en Estambul no se ven barrios pobres como los campamentos y barrios marginales de Santiago. La distribución del ingreso en Turquía es mucho más igualitaria que en Chile.
Ambos países son repúblicas con estados separados de las respectivas iglesias, pero en Turquía los partidos religiosos están adquiriendo cada vez mayor respaldo y es posible una islaminización del estado. Kemal Atatürk fue el fundador de la república al fin del imperio e intentó occidentalizar al país, incorporando el abecedario latino, eliminando el árabe como lengua de la religión y ordenando que se usen vestimentas occidentales. Incluso ahora, los turcos visten al estilo occidental y las mujeres generalmente no usan velo.
Turquía está muy interesada en ingresar a la Comunidad Europea, aunque sólo el 3% de su territorio está en Europa. Francia es el principal obstáculo para esta incorporación. Otros temen que la presencia de un país musulmán tan grande provoque desequilibrios en la región, además está el problema de Chipre, que fue ocupado por tropas turcas y la mitad de la isla sigue dominada por ellos.
Gran parte de Turquía fue, sucesivamente, del mundo griego, del imperio romano y del imperio romano de Oriente o bizantino (casi mil años). Hasta la guerra del 14, había una importante minoría griega, armenia y kurda. Los griegos debieron salir del país, a la vez que los turcos que habitaban en zonas que pasaron a Grecia o a Italia, debieron abandonarlas. Los armenios fueron exterminados o debieron huir, Sólo queda una minoría de un 10% aproximadamente de kurdos y constituyen un grave problema de convivencia. Sin embargo, la sede del Patriarcado de la Iglesia Católica Ortodoxa está en Estambul y un 5% de la población es cristiana.
Desde el punto de vista turístico, el país es muy atractivo por su naturaleza y por su pasado. Se conservan muchas ruinas de ciudades griegas que fueron importantes en la Antigüedad, la costa egea de la actual Turquía era la Jonia griega y allí estaban Halicarnaso, Esmirna, Éfeso, Mileto, etc. Estambul es un polo turístico de primer orden. El turismo está muy bien organizado y existen hoteles de todo tipo, también hay ofrecimientos de tours para los lugares más interesantes: los diversos aspectos de Estambul, visitas a las ruinas de Troya, visitas a las ciudades del Egeo y especialmente al interior de Turquía asiática: a Ankara y Capadocia Es fácil encontrar tours con guías que hablan español pues abundan los turistas de esa nacionalidad. Lo único repetitivo, por lo cual resulta desagradable, es la visita a tiendas de alfombras donde ofrecen estos productos que según informan son de mejor calidad que las persas.
El país ha cambiado vertiginosamente, hace algunos años había una inflación terrible y se veía desorden en muchos aspectos. Ahora, en el año 2007, la situación ha cambiado radicalmente, como turista se observa mucha prosperidad, hay más orden y los precios son estables y entendibles. En Estambul es extraordinario el mejoramiento de las carreteras, las calles y los medios de transporte. Hay nuevos barrios que parecen ser de buena construcción, ya que una de las fallas del país para soportar los terremotos que allí ocurren era la pésima calidad de la construcción, hoy parece que eso ha cambiado.
Estambul, la perla de los estrechos.
Esta es una ciudad inmensa. Doce millones de habitantes, ¡el doble de Santiago!
Visitar Estambul es aceptar que es digna de ver a pesar de ser una inmensa urbe que se extiende en dos continentes y que las multitudes cubren todos los espacios y el tráfico es intenso y lento, excepto en los barcos que van en todas direcciones. Es tan gigantesca, que el turista como yo, limitado de medios, debe simplemente establecer un radio reducido. En el caso de las estadías de un día de los cruceros, es imprescindible ir en un grupo en tour, de otra manera se perderá y sólo tendrá problemas que le harán desperdiciar las pocas horas de estadía. En cambio en un tour lo conducirán a los lugares más espectaculares, podrá echar una mirada detenida al palacio Topkapi, las mezquita azul y la mezquita-iglesia-museo de Santa Sofía, los parques y plazas que las rodean y visitar el Gran Bazar. Todo velozmente, pero quedará saturado, cansado y satisfecho. No se haga la ilusión de caminar solo, no por el peligro, que no existe, sino porque es una ciudad muy caótica, fácil de perderse, especialmente en los Bazares. En realidad es recomendable concentrase en la zona próxima al brazo de mar llamado “El Cuerno de Oro” ya que allí se encuentran los principales monumentos y bazares.
Yo creo que su abrumador tamaño y su inmensa población aplastan al individuo. Pero la real posibilidad de soportar esa abigarrada ciudad es que casi de cualquier lugar se ve el mar y la lejana orilla opuesta y se recupera la sensación de amplitud y de individualidad frente a la soledad marítima.
El otro elemento que hace muy atractiva a Estambul es su historia. Los guías le mostrarán los restos escasos de la época griega (700 años antes de Cristo Estambul ya existía como ciudad griega y se llamaba Bizancio), la conquista romana, el imperio romano de oriente (aunque en realidad era más griego que romano), la poderosa Iglesia Católica Ortodoxa y la desaparición de todo ese mundo occidental tragado por el poderío en expansión de los árabes primero y después por los turcos que pusieron en jaque toda la civilización occidental.
Como he señalado, varias de las veces que he estado en Estambul, era en cruceros que llegaban en la mañana y al atardecer partían, de manera que la visita a la ciudad era vertiginosa, ya que había que visitar al menos las más importantes maravillas en un tour relámpago, el que además es imprescindible hacer para aprovechar el escaso tiempo. Aquí me referiré sólo a algunas de estos monumentos porque estas crónicas no son una guía de turismo.
Caminar y viajar por Estambul.
Esta inmensa ciudad tiene una red de barcos que comunican sus distintos barrios conectados a un complejo sistema de buses. Los esfuerzos modernizadores recientes sólo han logrado una línea subterránea de metro que lleva desde la costa, del barrio de Kabatas a la parte alta de la ciudad, en realidad cumple la función de un funicular. Arriba, en la cumbre de la cadena de cerros que bordean el mar está un gran centro comercial con altos edificios e inmensos hoteles de cinco estrellas de las cadenas internacionales.
Estos cerros están cubiertos de viviendas y tienen algún parecido con el puerto chileno de Valparaíso, calles estrechas, casas de dos o tres pisos y también edificios de una decena de pisos. Las calles son muy empinadas y algunas muy angostas y es casi imposible que pasen dos autos simultáneamente, pero sin embargo, lo logran milagrosamente, excepto cuando hay alguno estacionado y si hay varios, ya sólo es posible usar una dirección. Hay algunas casas de madera muy viejas y con numerosos balcones, siempre de un color casi negro. Se les menciona como muestras de arquitectura turca.
El hotel en el que estuve una semana, estaba en la ladera de un cerro, a unas tres cuadras hacia abajo está la gran avenida que bordea el mar y hay una sucesión de puertos, embarques y mezquitas, palacios, escuelas, plazas, paseos y cafés. Los primeros días caminé por esa costanera hacia el Cuerno de Oro y el puente Galata, después tomaba un tranvía que hace el recorrido y que siempre va lleno. Estos tranvías modernos existen en muchos países europeos, los he visto en Viena, Berlín, Estrasburgo, etc. Aquí el sistema para usarlos es entrar en el paradero donde hay que poner una ficha (jeton) en el torniquete y allí esperar el tranvía. La primera vez tuve el problema de que no tenía moneda turca y no podía comprar la ficha, pero el guardia me regaló una (al día siguiente se la devolví). Comparado con el Transantiago (el sistema que se usa en Chile) el turco es muy rudimentario, pero funciona y nadie se queja, aunque siempre los tranvías van atochados de pasajeros.
Cuando iba a la zona de los bazares y palacios, el tranvía me servía perfectamente y siempre había una buena vista, por lo cual a veces me bajaba a medio camino para ver a los pescadores aficionados en el puente Galata o para ver un colorido café donde los turcos disfrutaban tomando café y fumando unos enormes narguilés. En la plazas vendían choclos que estaban hirviendo y que varias veces comí, así como deliciosas roscas de sésamo. En las cercanías del hotel había varios comercios donde podía comprar, frutas, vino, pan y quesos.
El festival de los tulipanes.
En una oportunidad decidí tomar el metro para conocer la explanada central, en la cumbre de los cerros próximos al hotel. Llegué a la estación final (creo que sólo hay dos estaciones) y salí a una gran plaza, rodeada de inmensos edificios modernos. Había una gran multitud porque se celebraba la fiesta de los tulipanes. Toda la plaza tenía sus jardines con tulipanes de diversos colores y había carpas con exposiciones diversas. Una era de Holanda y había una demostración práctica de cómo los holandeses hacían su zuecos de madera en el pasado. En otras carpas había dulces, exposiciones con información diversa (todo en turco). Toda la gente parecía muy alegre y los muchos niños jugaban entusiasmados.
Había información diversa sobre los tulipanes, muestras de las distintas variedades y venta. Había fotografías de los grandes jardines donde esta flor es la reina, especialmente de Holanda y Bélgica, pero los turcos parece que se atribuían su origen y difusión en Europa. Me pareció muy pacífica y conveniente esta competencia por atribuirse el cultivo de los tulipanes. Muchas señoras iban con un macetero pequeño con dos o tres tulipanes.
Santa Sofía, la maravilla de dos mundos.
Una de estas maravillas es Santa Sofía, iglesia de la cual se han escrito miles de documentos. Yo creo que su construcción es un milagro ¿Cómo hacer un edificio tan alto hace ya más de 1400 años? Miguel Ángel, Brunelleschi y otros, sólo pudieron resolver los problemas de hacer grandes cúpulas mil años después. Aquí los griegos bizantinos la levantaron y aún domina la ciudad, aunque los turcos intentaron hacer algo parecido con la Mezquita Azul, que está enfrentándola y si bien construyeron un templo muy hermoso, no lograron alcanzar la altura de Santa Sofía ni su imponente presencia.
Si bien durante quinientos años, esta iglesia fue mezquita, en el siglo XX pasó a ser un museo, lo que debe haber sido una decisión difícil de aplicar y que sólo el poder de Kemal Atatürk hizo posible conforme a su visión laica y modernizadora. Ahora encontramos simultáneamente elementos de una iglesia bizantina y de una mezquita musulmana, reconociendo así la diversidad histórica de la ciudad.
En realidad la iglesia parece una fortaleza maciza y pesada, pero los cuatro minaretes musulmanes agregados en el exterior la agilizan como conjunto y una vez adentro, uno queda sorprendido por el tamaño de la nave redonda y la altura de su cúpula, desde donde bajan rayos de sol que le dan una claridad casi milagrosa.
Los guías cuentan como funcionaba la iglesia bizantina y como se realizaban los actos litúrgicos de cuando era mezquita y nos mostraban los restos de frescos de Cristo y santos cristianos junto a los letreros caligráficos de la religión musulmana. Permanentemente se hacen nuevos descubrimientos de pinturas y mosaicos que habían sido cubiertos con capas de cemento o pinturas en la época musulmana.
A pesar de que ya no es un templo ni de una ni de la otra religión, hay algo de misticismo grandioso que aún conserva. Es como si la suma de estas dos religiones, muchas veces opuestas, se hubieran armonizado en una convivencia material centenaria.
Santa Sofía, Estambul
Topkapi, el palacio del absolutismo.
Visitar este palacio es imprescindible para echar un vistazo al pasado del Imperio Turco y entender como funcionaba uno de los sistemas políticos más absolutos de la historia. Cuando los turcos tomaron Constantinopla en 1493, era el último baluarte del imperio bizantino, la expansión musulmana era una amenaza para Europa occidental: Los turcos constituyeron un imperio gigantesco, desde Egipto a Hungría, llegando a sitiar Viena y amenazando transformar el Mediterráneo en un mar turco. Los emperadores, que ostentaban el título de Sultán concentraban el poder político y religioso y vivían en medio de gran suntuosidad. Para destacar su grandeza no usaron el palacio de los emperadores de Constantinopla, sino que ordenaron construir uno nuevo en una excelente ubicación: a la salida del Cuerno de Oro y enfrentando el mar de Mármara, desde allí se tiene una espléndida vista de la gigantesca ciudad bicontinental. Ahora se puede visitar pues es un gran museo que muestra la opulencia de los sultanes. Se considera que en el palacio vivían unas cinco mil personas, para lo cual había un pabellón completo de cocinas. En las salas del museo se pueden apreciar algunos objetos que formaban parte del tesoro del sultán armas adornadas con diamantes gigantescos, joyas, toda una completa colección de porcelana china y hasta algunos reliquias de Mahoma (¡Un pelo de su barba!). Allí se puede ver el salón del trono, la sala del consejo de ministros y pagando una entrada adicional se puede ingresar al harem, donde estaban las mujeres del sultán, guardadas por eunucos que aseguraban su fidelidad. Los guías cuentan historias divertidas y trágicas de la vida de esas mujeres que competían por tener hijos del sultán. Este harem era provisto con las más hermosas mujeres del imperio y también de otras que llegaban de otros países, muchas veces las favoritas fueron las rusas. La mujer principal no era ni la favorita ni la madre del heredero, era la madre del sultán y ellas jugaban un rol decisivo en las intrigas de la corte.
Los guías contarán como se desarrollaban las visitas al Sultán, la entrega de tributos y regalos, la cuenta de los generales sobre el resultado de sus campañas, que si eran malas le podían significar la muerte inmediata. El Sultán tenía muchas distracciones, entre otros un centenar de concubinas y un millar de cocineros que le preparaban los manjares más deliciosos. En este mundo de placeres no estaba dedicado exclusivamente a la política. Su presencia era un temor y una amenaza constante. La sala del consejo de Ministros, cuando sesionaba encabezado por el gran Visir, podía ser vista por el Sultán desde agujeros secretos y este control ocasional obligaba a los Ministros a considerar que en cualquier oportunidad podían estar siendo observados por el Sultán absoluto.
La guardia especial del sultán era un regimiento de jenízaros, que eran totalmente fieles al sultán y a su religión. Esta lealtad a toda prueba se conseguía mediante un reclutamiento de niños cristianos, que eran secuestrados y recibían un adoctrinamiento religioso de varios años, que los convertía en fanáticos totales de Alá. Era una especie de lavado de cerebro que tenía excelentes resultados. Los jenízaros eran las mejores tropas del imperio y existían muchos destacamentos distribuidos por todas las regiones.
La vista al palacio de Topkapi es muy interesante, y los turistas están muy deseosos de verlo porque hay muchas películas que lo han hecho muy popular. El visitante no puede negar que el Sultán que construyó el palacio tuvo una excelente idea, especialmente por la ubicación privilegiada que tiene y que actualmente los turistas disfrutan al pasearse por sus jardines y ver las paredes cubiertas de hermosas filigranas hechos con azulejos recortados a mano, en colores que hasta ahora no se ha logrado reproducir. Todos estos dibujos son meramente geométricos porque Alá prohíbe la representación de la realidad, especialmente de los seres humanos y animales.
Sin embargo, hay excepciones, en los lugares privados.
Después de ver y escuchar la historia de este sistema absoluto, es un respiro salir a los jardines y ver la amplitud del paisaje y la tranquilidad del mar, finalmente, tomarse un café en ese lugar, sirve para recuperar las energías y el interés que podrían estar aplastados ante la dimensión total que puede alcanzar el poder político.
El bazar infinito.
El Gran Bazar de Estambul es inmenso, un guía nos contaba que tiene más de cuatro mil tiendas distribuidas en numerosas calles y pasajes, todos cubiertos y muy parecidos. Pero no es como uno imagina al ver los bazares o medinas árabes en las películas, aquí no hay vendedores que sigan al viajero e insistan con sus mercaderías, el trato es más sutil. Si uno se detiene a ver sus mercaderías los vendedores inician un diálogo amistoso ¿De dónde viene? ¿Qué idioma habla? Y no es raro que hablen un español perfecto y que sepan bastante respecto de todos los países de habla hispana. Generalmente ofrecen pasar sin compromiso al interior del local y luego aparecen con un vaso de té o de agua de menta que difícilmente se puede rechazar. Así comienza la compra en un ambiente de mucha cordialidad. Evidentemente que es una antigua técnica de mercadeo, pero finalmente resulta más agradable y personalizada que el comercio frío y escueto que se realiza habitualmente en los países occidentales.
¿Qué hay en este mercado? La respuesta podría ser: todo, pero en realidad es un bazar que ofrece joyas en primer lugar, artículos decorativos de todo tipo, ropa, zapatos, artesanía, alfombras y todo lo que le pueda interesar a los turistas, que son sus principales clientes. Por excepción hay algunos cafés o expendios de comida rápida. Pero permanentemente se ve a jóvenes que llevan bandejas con vasos de té, lo que forma parte de la relación compra-venta. Y es un hábito permanente de los vendedores tomar té, incluso cuando están sin clientes.
En este bazar hay que tener mucho cuidado, no temor, pues hay presencia policial permanente, sino porque es de tal complejidad que fácilmente uno puede perderse y aunque encontrar una salida es fácil, pero como hay numerosas salidas lo difícil es encontrar la puerta por la cual se entró, lo que pasa a ser un problema grave cuando en un tour la guía señala que a una hora determinada se juntarán en la puerta, para regresar al barco que zarpa a una hora fija. Ni siquiera uno puede aprender fácilmente el nombre de las puertas porque son complicadísimos, de manera que hay que caminar por la calle del oro, que brilla por que son casi puras joyerías y no alejarse de ella más de diez metros porque a una distancia mayor se pierde totalmente la orientación.
Hay muchas personas que consideran que el mercado de una ciudad, en este caso, el bazar, es un museo viviente, mucho más rico que los museos tradicionales. Yo no comparto esa exageración y soy un asiduo de los museos, pero evidentemente que los mercados son una muy buena muestra de la vida de la ciudad, aunque en este caso hay que reconocer que es un bazar turístico (distintos son los mercados donde los clientes son casi exclusivamente los habitantes de la ciudad donde, por ejemplo los productos tienen precios fijos). En el Gran Bazar lo hermoso es la increíble variedad de objetos y la belleza de muchos de ellos.
Cuando yo estuve una semana en Estambul, visitarlo era una actividad casi diaria y era inagotable pues había objetos de la más diversa naturaleza, muchos de pequeño tamaño, diseñados especialmente para tentar al turista que no desea viajar sobrecargado. A pesar de que logré adquirir cierta desenvoltura al recorrer los pasajes del bazar, he de confesar que varias veces me perdí, pero como tenía tiempo ilimitado lograba llegar de nuevo a la calle del oro y alcanzar la salida que me servía para volver a mi hotel. La vez que estuvimos en este bazar con mi esposa, también nos perdimos y ella estaba terriblemente ansiosa ante el temor de perder el barco.
Un respiro agradable es tomar un café, sentado en un piso, en un estrecho pasadizo, junto a otros turistas con los cuales pronto se intercambian opiniones sobre el bazar e inevitablemente sobre los respectivos países de origen.
El bazar de los aromas.
Otro bazar extremadamente interesante es el Bazar de las Especias o bazar egipcio, que queda más próximo al gran puente Galata que atraviesa el Cuerno de Oro (entrada de mar). Frente a la inmensidad del Gran Bazar, éste tiene una dimensión más humana, sólo una calle principal cubierta, de un par de cuadras de largo con algunas pequeñas ramificaciones. En realidad este bazar debería llamarse el bazar de los aromas, porque desde el momento en que se entra en él, uno es invadido por el perfume suave de las especias. Al pasar por diferentes locales se pueden percibir leves diferencias por que en ellos hay diversidad de especies, de los cuales apenas reconozco la pimienta, el comino, la páprika, el orégano, chocolate molido, variados tipos de té, bolsas de café y muchísimos otros que se exhiben en sacos o cajas con una increíble diversidad de colores: verdes, rojos, azules, blancos y negros en toda variedad de gradaciones. Además hay frutos secos: higos, duraznos, damascos, pasas, nueces, almendras, pistachos, aceitunas variadas y otros muchos que me era imposible identificar. Además se ofrecen algunos pescados ahumados o salados y en bandejas se ofrece degustaciones de caviar de Irán.
La mayoría de las tiendas están especializadas en las especias, pero hay algunas dedicadas a los dulces y otras a vender souvenirs a los turistas. Yo entré a una de éstas y rápidamente el dueño, un hábil comerciante, estableció muy buenas relaciones y se mostró muy interesado en Chile, además, para añadirle un toque más afectivo me dijo que yo me parecía mucho a su padre, por lo que me haría grandes rebajas. Aunque todo esto son buenas técnicas para vender, pude constar que los precios habían sido muy aceptables al compararlos posteriormente. Además me dio una serie de consejos sobre dónde y qué comprar, que también me fueron muy útiles. En general los comerciantes son muy empalagosos e insistentes, le ofrecen un vaso de té o agua de menta y conversan sobre muy diversos temas, muchos hablan español perfectamente ya que hay comerciantes judíos de origen sefardí, que hablan un español antiguo. Pero es equivocado creer que se debe hacer un regateo pesado en los precios. En una oportunidad intenté seguir la técnica del regateo y me gané la molestia y el desprecio del comerciante, mientras que a mi hijo, sin usar ese procedimiento, le vendieron objetos a buen precio y en alguna medida, para castigarme a mí, hasta le dieron regalos muy hermosos.
Las islas felices.
Un amigo que adora a Turquía y que es su lugar predilecto de vacaciones me aconsejó que no dejara de visitar las Islas Príncipes o Adalar, a las que se puede llegar desde los numerosos puertos de Estambul en un par de horas. Es un archipiélago de nueve islas que son un remanso de tranquilidad frente al bullicioso y siempre sobre poblado Estambul.
Mi hotel estaba en un barrio próximo al mar, sólo había que bajar un par de cuadras muy inclinadas para llegar al puerto de Kabatas (creo que se pronuncia Kabatach) desde donde parten los barcos a las islas mencionadas y a otros numerosos destinos de la inmensa ciudad. Este barrio está en el Estambul europeo y unido por un excelente tranvía al central Cuerno de Oro que está a corta distancia.
El barco partió a la hora señalada e iba con muchos pasajeros que descansaban tomando té que pasaban ofreciendo a cada rato. Puntualmente llegamos a Buyukada, la isla principal de Alabar y descendí junto a otros viajeros mientras el barco seguía a los otros destinos próximos.
En estas islas no se admiten vehículos a motor y el medio de movilización habitual los coches tirados por caballos y las bicicletas, pero el tráfico es tan reducido que sólo se ven estos coches en pocas oportunidades. La única excepción es el tránsito de vehículos a motor, municipales y policiales, los que son escasos y que evidentemente están justificados.
Creo que un paseo de un día visitando tres o cuatro de estas islas es un descanso en contraste con la gran urbe próxima. No hay grandes edificios, las calles son amplias y silenciosas, hay muchas tiendas de alimentos y de gastronomía. Abundan las villas con jardines y las plazas bien cuidadas. Sin embargo, la imagen que yo había anticipado no tenía mucho que ver con la realidad. Yo imaginaba que tendrían las características de las islas griegas de las Cicladas. Pero no había comparación con la belleza de Santorini, Mykonos o Paros. En realidad eran barrios de Estambul, más tranquilos, pero sin la originalidad de las islas del Egeo.
Mucha gente, especialmente turistas, van a estas islas a disfrutar de los placeres de la buena mesa, abundan los restaurantes de las más diversas especialidades, los productos del mar son muy habituales, pues la pesca es muy abundante en estos lugares y tanto en las orillas y puentes de Estambul uno ve a cientos de pescadores aficionados, que, cosa rara, realmente pescan, aunque los peces son pequeños pero abundantes. También se pueden ver botes y pequeños barcos que sacan sus redes repletas. La explicación es que este mar de Mármara y el Bósforo reciben corrientes superficiales y profundas desde el Mediterráneo y desde el Mar Negro simultáneamente lo que parece contribuir a la existencia de abundante fauna marina.
Al caminar por Buyukada, encontré la explicación de la limpieza del pueblo y la ausencia de vehículos, incluso los característicos coches de caballos. Hay amplios estacionamientos cerrados para los coches y allí permanecen hasta que son llamados telefónicamente por los clientes, de esta manera no están estacionados en las calles ni andan en busca de pasajeros. Además hay barrenderos especializados, que si ven que algún caballo comete la incorrecta ocurrencia de expulsar bostas, corren a limpiar la calzada de inmediato. Además todos los coches están equipados de unos receptáculos que se colocan debajo de la cola de los caballos para recibir estos desperdicios. De esta manera el pueblo está siempre muy limpio, pulcro y sin olores caballares.
Si bien hay muchas casas modernas, ellas no son de altura y quedan algunas de la típica arquitectura turca, casas de uno o dos pisos, de madera que con los años ha tomado un color café muy oscuro, casi negro. Son casas con puertas y ventanas muy trabajadas y cuando son de dos pisos, todo el frontis tiene balcones angostos, también con barandas y cercos torneados.
Caminar por el pueblo es muy agradable pues las tiendas son pequeñas y no hay atochamientos, junto al mar está el barrio gastronómico, donde los restaurantes ofrecen sus platos especiales. Algunos son muy lujosos, generalmente los que están próximos al mar, pero en la vereda opuesta abundan los más populares. Después de haber caminado varias horas por el pueblo entré a uno de estos que era autoservicio y la comida turca era excelente y muy barata. Almorzar junto a trabajadores turcos que hablaban ruidosamente y observar sus comidas fue un grato descanso, especialmente cuando me trajeron el postre y el café a la mesa.
En la tarde visité otras dos islas casi similares, un poco más sencillas que la de Buyucada, sin villas, pero igualmente limpias, silenciosas y carentes de tráfico.
Al atardecer regresé a la isla principal para embarcarme de retorno, pero tuve tiempo de recorrer otros sectores y estuve en una plaza donde había juegos infantiles y disfruté viendo a los niños jugando y realizando las travesuras de los chicos de cualquier lugar, bajo la mirada severa de sus madres que aprovechaban, supongo, de murmurar o pelar a alguna de las ausentes.
Como siempre hay que ser cuidadoso en los horarios para viajar, tenía la información impresa en inglés que indicaba que a las 19.30 salía el barco en dirección al puerto de Kabatas, del cual venía. Regresé al puerto, allí se señalaba claramente: “19.30 direction Kabatas”, junto a un tropel de viajeros subí al barco y después de un par de horas me encontré que el barco llegaba a un puerto distinto… ¡en Asia!
Perdido en Europa y encontrado en Asia.
Así fue como embarcándome en Europa me encontré perdido en Asia, en otro de los innumerables puertos de Estambul, pero esta vez en el lado asiático. Fui a las boleterías para ver si alguien me informaba como llegar a Kabatas, pero ninguna de las cajeras me entendió, supongo que pronunciaba el nombre del puerto de manera no entendible para ellas. Después de diversos intentos, mi desesperación aumentaba y no imaginaba como salir del brete, ir a pie era imposible, no sabía ni siquiera el camino, sólo sabía que era en la distante orilla opuesta en algún punto imposible de precisar y el puente que une los dos continentes se veía muy lejano. Pero me alegré de estar sólo, ya que si hubiese estado con mi esposa ésta habría considerado que estábamos perdidos definitivamente y se habría puesto muy nerviosa, en cambio yo siempre me digo: “Sólo es una pequeña aventura que la disfrutaré al recordarla”.
Después de agotar muchos intentos salí a la calle y allí pasaban numerosos buses con sus letreros en turco y naturalmente por mucho que esperé, en ninguno figuraba mi destino. Mis recursos alcanzaban a sesenta euros y había que atravesar de un continente a otro, finalmente detuve un taxi y le consulté cuánto me cobraba hasta Kabatas, con la ayuda de un plano entendió mi destino y me dijo que lo que marcara el taxímetro y que probablemente serían unos sesenta euros (ahora en el 2007 la lira turca es igual al euro). Fue un viaje bastante largo, atravesamos muchos barrios e incluso extensos bosques hasta llegar al inmenso puente que une los dos continentes. Lo peor fue que en las vías de acceso al puente había una gran cantidad de vehículos esperando y el taxímetro corría y corría. Milagrosamente se produjo un hueco y hábilmente el taxista se incorporó a la cola principal y lentamente logramos entrar al puente y atravesarlo con extrema lentitud en una doble fila interminable de vehículos. Pero una vez al otro lado, en Europa, el tráfico fue más fluido y luego de internarnos por colinas y bosques llegamos a la orilla del mar y empecé a reconocer algunos edificios hasta que finalmente llegamos a Kabatas.
“¿How much?” Le pregunté en un susurro al chofer y el me respondió: “Sixty euros exactly”.
En realidad, este percance era de rápida solución, bastaba tomar un barco que fuera a Galata (que está en el centro de Estambul) y de allí hay tranvías a Kabatas, pero en ese momento tenía una severa confusión de lugares, ciudades y continentes.
Kusadasi y una visita a Éfeso.
Kusadasi es un puerto que es una de las principales entradas turísticas a Turquía. Este puerto permite participar en los tours que se organizan con destino a Éfeso y esa es la razón por la cual los grandes cruceros se detienen allí. Éfeso es una maravilla del mundo antiguo y a la vez tiene remembranzas medievales y del cristianismo primitivo. Fue una gran ciudad griega autónoma que jugó un rol esencial en el desarrollo del pensamiento clásico. A pesar de que sólo quedan fragmentos de sus escritos, el gran filósofo Heráclito, miembro de la nobleza de esta ciudad merece estar junto a Aristóteles, Platón y Sócrates en la historia de la filosofía. Tuvo una visión dinámica y cambiante del mundo, que ilustró con su idea de que “nadie se baña dos veces en el mismo río” y es el padre de la dialéctica que desarrollaron posteriormente Hegel y Marx. El pensamiento de Heráclito estuvo en abierta oposición de Parménides que sostenía que el universo no experimentaba cambios. Pero naturalmente no hay ruinas que puedan relacionarse con este filósofo en Éfeso.
La escuela austriaca ha hecho grandes excavaciones y ha restaurado algunos edificios, de manera que recorrer estas ruinas permite conocer el esplendor de una ciudad griega con su ulterior desarrollo en el imperio romano. La Biblioteca es un magnífico monumento cuya reconstrucción, a pesar de que estaba totalmente destruida, es tan lograda como haber armado un rompecabezas de un millón de piezas y se ha logrado preservar su imponente y elegante estructura y muestra la importancia que tuvo la ciencia y el estudio en ese lugar. Los restos del puerto, de sus templos y teatros y hasta de sus baños permiten que el visitante se interiorice de la vida ciudadana con las explicaciones que brindan los guías, incluyendo simpáticas anécdotas como la existencia de una piedra que en su tallado indica el lugar y la función que cumple un burdel próximo que estaba cerca de la biblioteca que y que los guías ilustran como la primera publicidad del mundo: un pie que indica la dirección y un esbozo de mujer con un corazón, lo que significa que en esa dirección se encontrará el amor femenino e indica directamente el lugar donde había una casa de tolerancia. La descripción de cómo funcionaban los retretes colectivos en la época romana brinda datos pintorescos y jocosos. También se destaca la desaparición de los bosques en la proximidad de la ciudad como resultado de su tala para el combustible y los problemas de deterioro del medio ambiente que provocó esta crisis energética. El puerto, ya desaparecido por el cambio en los límites costeros mostraba la importancia comercial de la ciudad.
Quedan los restos casi íntegros de los grandes teatros, los estadios y algo de lo que sería la sede municipal. También hay restos de estatuas de dioses o de personajes importantes en la vida de la ciudad, algunas de las cuales son copias ya que los originales están en el museo de Éfeso o en museos extranjeros.
Un paseo por las resbaladizas calles de mármol de esta antigua ciudad es una aproximación del mundo jónico y romano de hace más de mil años, pero también hay recuerdos de la época cristiana y se considera que a pocos kilómetros de la ciudad está lo que habría sido la última casa de la Virgen, la que fue transformada en iglesia. Y en la misma ciudad hay restos de diversos templos incluyendo iglesias cristianas, ya que durante la época romana en esta ciudad existió un núcleo de cristianos.
A la salida de las ruinas hay una gran cantidad de tiendas que venden souvenirs a los turistas y se encuentran hermosos objetos de cerámica pintados a mano, muchos de ellos de gran belleza, así como tallados, alfombras, tejidos, juguetes, etc.
En la segunda oportunidad que visitamos Kusadasi, mi esposa y yo decidimos no incorporarnos al tour a Éfeso y preferimos conocer la ciudad moderna, además teníamos el imperioso encargo de nuestro hijo de que le lleváramos la camiseta del equipo turco de fútbol, los que nos obligaba a buscarlo en la ciudad. Después de pasear por la ciudad, regresamos al barco y cerca del puerto había un bazar donde finalmente encontramos la mentada camiseta, cuando regresábamos al barco, varios vendedores turcos nos dijeron que el barco estaba a punto de partir, de manera que debíamos correr. Pero todo era una broma, pues sabíamos la hora de partida y quedaba tiempo suficiente.
Una pequeña aldea: Sirince.
La estadía en las grandes ciudades turcas se vio equilibrada con vistas al pequeño pueblo de Sirince, entre Kusadasi y Éfeso. Está ubicado en una zona cubierta de densos bosques y es un conjunto reducido de casas blancas de un piso con techos de tejas rojas. Hasta 1922 era un pueblo totalmente poblado por griegos y su construcción es típicamente helena, pero como hemos señalado, después de esa guerra, todos los griegos fueron expulsados de Turquía y este pueblo y otros muchos quedaron vacíos y rápidamente fueron repoblado por turcos. Sin embargo, no se han hecho cambios y conservó su estructura tradicional. Como ha sido muy visitado por turistas de todo el mundo, todas las casas se transformaron en tiendas de artesanía y se encuentran bellísimos objetos decorativos de madera, cerámica, metal y tejidos. El pueblo en su conjunto es un bazar de mucho colorido donde se puede tomar una bebida y servirse un tentempié para seguir después de un rato de visita y descanso en dirección a Éfeso.
Este pueblo muestra simultáneamente la tragedia que debe haber significado la expulsión de una comunidad completa y la visión actual como un pequeño centro comercial de artesanías hechas según la tradición turca y con servicios de restaurantes también de esta cultura gastronómica. A pesar de la algarabía de los turistas, se puede percibir en el paisaje cierta tristeza del recuerdo de su reciente pasado griego o al menos yo lo imaginaba al ver las pintorescas casas en el verdor de los bosques de hoja caduca y de colores claros, con casas muy ajenas a la arquitectura turca.
Esmirna.
Esta ciudad fue un baluarte griego y su población de más de un millón de personas fue obligada a abandonar el país en 1922 y retornar a Grecia, después de vivir dos mil años en este lugar. Los relatos de expulsión masiva es un cuento de terror que culminó con el incendio de la ciudad. Hoy Turquía exalta la trascendencia de Esmirna porque es el lugar de nacimiento del padre de la Turquía moderna: Mustafá Kemal Attatürk. Su violenta transformación después de la guerra del 14 determinó un rediseño de la ciudad y ahora hay una gran explanada frente al mar tras la cual hay una larga hilera de edificios blancos de diez pisos que miran a las siempre azules aguas del Egeo. Las calles son rectas y cuadriculadas, de acuerdo a las concepciones urbanísticas modernas. Mi única percepción de la ciudad es haber recorrido esa explanada frente al mar, con grandes prados y paseos peatonales con la sensación de amplitud y evidente transformación de un pasado del cual nada queda. Las calles del centro tienen mucho comercio, pero no existe el atochamiento humano que caracteriza las otras ciudades turcas que conocimos. Tiene una estructura más moderna y no se observan vendedores callejeros y tampoco hay tiendas para los turistas. Parece que Esmirna no es una puerta de entrada para el turismo ya que es totalmente desplazada por Estambul y también por Kusadasi y Bodrum. Pero a su vez, tiene la virtud de que se puede pasear cómodamente por ella sin estar metido en una multitud. Abundan los cafés europeos y las librerías muy bien dotadas con libros en inglés y otros idiomas.
Cuando visitamos esa ciudad, en Turquía había una inflación galopante y un café costaba un millón de liras turcas. Manejar liras era de una complejidad extraordinaria. Algunos vendedores excesivamente hábiles se aprovechaban de esta complejidad y así por ejemplo, un lustrabotas quería que le pagara diez millones por el servicio cuando su precio máximo era un millón.
El único lugar que encontramos donde se podía comprar recuerdos del país fue dentro de la misma aduana del puerto y los precios no eran muy razonables, generalmente el doble o triple de lo que costaban esos objetos en Estambul.
Bodrum.
La primera ciudad que conocí en Turquía fue Bodrum, un atractivo puerto en el Egeo. Yo estaba con dos amigas en la isla griega de Kos, donde habíamos ido después de un congreso en Creta. Nuestro interés era esa isla porque fue la ciudad del padre de la medicina, Hipócrates. Esta ya isla la he descrito en otras crónicas y en este caso, ocurría que una de las señoras del grupo había vivido en Turquía en su niñez, cuando su padre había sido embajador de Chile en Turquía y quería volver a ver ese país. No había mucho interés de nuestra parte ya que siempre me sentí seducido más por Grecia que por cualquier otro país, pero finalmente decidimos ir, considerando que la ciudad turca de Bodrum estaba a media hora de viaje en un pequeño barco. En esa época no existía acuerdo entre Chile y Turquía sobre visas de manera que era necesario tener una visa previa. Al llegar al puerto tuvimos que pagar un fuerte derecho para que nos otorgaran la visa por dos días.
Bodrum es un gran puerto que estaba repleto de cientos de lanchas, veleros y yates de casi todos los países europeos marítimos y parecía ser un punto de encuentro de estas embarcaciones. Muchos eran yates de millonarios pues se les veía en grupos de elegantes hombres y bellas mujeres en las cubiertas, disfrutando del aperitivo y atendidos por mozos en tenidas de marineros. La existencia de un buen puerto con todas las instalaciones para recibir miles de estos barcos pequeños ha transformado a Bodrum en la puerta de entrada a Turquía y un lugar de recalada obligada en los cruceros que se hacen por el Egeo.
En Bodrum entramos por primera vez a una mezquita, había muchos fieles orando y existía una clara separación entre hombres y mujeres. Los hombres delante y las mujeres en la parte de atrás. (Después una guía pícara nos dijo que esa distribución era para que los hombres no se distrajeran mirando el trasero de las mujeres). La obligación era sacarse los zapatos y recuperarlos a la salida, claro que estábamos un poco asustados de perder nuestros único calzado, sin embargo, ellos estaban a la salida, en el lugar que los dejamos. Después aprendimos que convenía ir con una bolsa y llevar allí los zapatos durante la visita, para no tener la desagradable sorpresa de que alguien se haya confundido y nos deje sin ellos. Nos sorprendió la fe y la devoción de los fieles, se apreciaba que para ellos la religión es fundamental y las mezquitas estaban llenas de personas de todas las edades, lo que era muy distinto a lo que recordábamos de las iglesias de Chile.
Después de discutir sobre qué hotel buscar, dado que dos propiciábamos un hotel modesto y la otra persona quería uno de cinco estrellas, optamos por uno que resultó casi pobre, ni siquiera había toallas en el baño, pero para pasar una noche no fue molesto.
En la tarde de nuevo discutimos qué y dónde comer, aquí perdí y optamos ir a un restaurante. En una calle encontramos que había numerosas mesas y centenares de comensales. El frío del atardecer empezó a cambiar y luego surgió una agradable tibieza por la proximidad del mar. En el restaurante, que era gigantesco, porque era más de una cuadra sin tráfico y con cientos de mesas, nos trajeron la carta y elegimos comida turca, lo que resultó un acierto. Comida muy parecida a la griega, que acompañamos de cerveza, la que se vendía libremente, ya que en algunos países musulmanes está prohibida la venta de bebidas alcohólicas. Fue una agradable velada, comimos lentamente y un conjunto musical de cuerdas y canto nos deleito con música turca que yo me atrevería a calificar de ser mucho más alegre que la aburrida música árabe y a la vez menos dinámica que la música popular griega, aunque parecía esta entre ambas e influida por ellas.
Al día siguiente propuse que fuésemos a visitar las ruinas de Halicarnaso, aunque no queda mucho de esa gran ciudad griega, pero democráticamente, mis amigas impusieron como última actividad visitar el mercado, que estaba disperso en varias calles. Allí mis amigas compraron numerosos recuerdos. La amiga que había vivido en su infancia en Turquía se deleitaba escuchando el idioma, aunque no era capaz de hablarlo y compró tal cantidad de artesanías que habría requerido de otro par de maletas. Ella quería enviarles estos regalos a sus hermanos que habían tenido la misma experiencia y recordaban mucho su infancia en este país. Por suerte, encontramos una tienda de alfombras que despachaba los regalos a cualquier lugar y efectivamente, meses después, supimos que todo había llegado a sus destinos. Yo compré un par de pequeñas calabazas pintadas que representaban a un turco y su compañera en trajes típicos y un par de mezquitas de cerámica.
Al atardecer regresamos navegando y pasamos ante el gran castillo de San Pedro de la época de las cruzadas que perteneció a los caballeros de San Juan. Este baluarte cristiano fue construido, lamentablemente, con los materiales provenientes de una de las maravillas de la antigüedad: el mausoleo de Halicarnaso. Después de media hora de navegación ya estábamos en esa isla griega de Kos.
Final de viaje.
Las veces que he ido a Estambul por un día en los cruceros griegos o italianos me parece que la estadía era excesivamente corta, ver tanto en un día era agotador, pero a la vez, estar una semana completa me pareció demasiado. El problema es que dado las distancias hay que considerar un período que justifique un viaje tan largo. Quizás el tiempo apropiado es el de cuatro días si no se dispone de mucho tiempo, pero también la visita en los cruceros vale la pena, considerando que en una semana se pueden visitar siete lugares en tres países distintos. Pero, el Gran Bazar, el Palacio de Topkapi y Santa Sofía son maravillas que valen la pena en cualquier caso.
La dificultad del idioma impide establecer cualquiera proximidad con los turcos y el hotel en el que yo estuve, la cordialidad era formal y fría, muy diferente a la que encuentra en el país vecino: Grecia.
Estambul, Kabatas.
Patricio Orellana Vargas
patoorellana@vtr.net
2 de junio de 2008