Cómo asesinar la democracia
Cómo asesinar la democracia
Las democracias enferman y también mueren.
Las democracias son frágiles cuando internamente el pueblo no las respalda. Son sólidas cuando la gente entiende que es necesaria para que haya aceptables niveles de justicia y bienestar,. A pesar de no ser el paraíso, como sistema político no se ha inventado otro mejor porque como decía Churchil, tiene la ventaja de ser el menos malo de los sistemas.
Las alternativas que ha tenido Chile en la histotria de sus últimos 30 años han sido democracia o dictadura. Las democracias pueden morir digna y trágicamente como un resultado de un golpe militar que instaure una terrible dictadura o puede morir vergonzozamente de una enfermedad asquerosa y repulsiva que se llama corrupción. Este último tipo de muerte lo sufrieon las democracias en Perú, Argentina, Ecuador, Venezuela y otros muchos países. Sin embargo hay democracias que convivieron con la corrupción durante largo tiempo, como es el caso de Italia, pero que al final lograron superarse de sus lacras.
En Chile, la corrupción se ha transformado en la gran amenaza a la democracia, aunque debemos reconocer que no es una enfermedad terminal y hay muchos que intentan convivir con ella. Hay muchos personeros de gobierno que las denuncias de corrupción las conciben como una maniobra perversa de la oposición. Se apoyan en que hay muy pocos casos de corrupción que hayan sido sancionados por los Tribunales de Justicia o por la Contraloría. Sin embargo, es una argumentación feble, porque si la aplicamos al caso de los derechos humanos, llegaríamos a la conclusión que casi no ha habido violaciones a estos derchos.
¿Existe corrupción en Chile? Mi respuesta es que la corrupción existe y que se ha desarrollado larvadamente amparada por la cultura hipócrita que impera en el país. Pero esta hipocresía cultural sirve para ocultar los hechos que no sean escandalosos, pero ya se supero ese límite y la corrupción ha ido creciendo como un alud terrible.
Habría que haberle atajo mucho antes con dos medidas esenciales: una política clara en contra de la corrupción y con la labor de una Contraloría efectivamente fiscalizadora.
Sin embargo no ha habido una política clara, hacta hace poco tiempo el tema de la probidad no estba a cargo de ningún organismo público, sólo hace poco tiempo el programa de Modernizxación del Estado lo asumió como uno de sus programas menores. El resultado de esta falta de sujeto de la política de Probidad, se d emostró con La ley de Probidad y Transparencia, promulgada el primer día del gobierno de Lagos,
que es un colage de contradicciones incoherentes.
El segundo factor es la política de la Contraloría General de la República, que en función de su tradicional discreción no divulga sus acciones, ellas generalmente se saben, cuando por otros medios la opinión pública los conoce, como fue el caso de las indemnizaciones a todo evento, que una vez denunciadas por el Sindicato de Correos la Contraloria reconocio haber tenido toda la informeción. Esta misma Contralría autojustifica su eineficiencia con la eterna cantinela de que requiere de más y más recursos, aunque un cambio de polítoca interna podría tener espectaculares resultados, ya que es tradición que muchos funcionarios de la Contarloría en sus horas de trabajo se dedican a dictar clases, horas que no reemplazan como lo establece el estatuto Administrativo, pero no sólo esa costumbre hay que cambiarla, hay que cambiar el concepto de fiscalizar y el de usar el instrumento esencial para comatir la corrupción: la transparencia. Por ahora en la Contralotría, todo es secreto.
Hay otras medidas, pero son más profundas. El control social es el mecanismo más efectivo para combatir la corrupción y como puede observarse en los casos de corrupción conocidos, ellos se han conocido por las denuncias de las asociaciones de funcionarios, los funcionarios aisladamente, los periodistas y los parlamentarios. La Contraloría y los Tribunales han jugado un triste rol posterios cuya característica es la lentitud interminable.
Patricio Orellana Vargas