Italia, Campania, Paestum.
PAESTUM
Mi imagen de Paestum.
Hace muchos años vi un gran póster que era una fotografía de uno de los templos de Paestum, ciudad de la Magna Grecia, ubicada en lo que ahora es la Campania. No sólo el edificio de piedra que parecía dorado era admirable, también el campo verde que estaba cubierto de diversas hierbas que la proximidad de la cámara había registrado en detalle, parecía un prado muy grande, sin viviendas cerca, hasta había ovejas pastando. Desde entonces siempre me parecía un sueño imposible visitar Europa y específicamente ese lugar.
Sin embargo, el milagro ocurrió, pude viajar muchas veces a Europa y en uno de esos viajes decidí ir a Salerno, para desde allí llegar a Paestum. Era comienzos de primavera y casi no había turistas.
Viajaba con muy poco equipaje, apenas un bolso y un par de libros. Cuando llegué a Salerno desde Roma, averigüé cómo ir a Paestum. Desde Salerno había un tren que se dirigía al sur y pasaba por Paestum, aunque ya era el atardecer decidí ir de inmediato y durante una hora atravesé campos con muy pocos poblados, lo que contrastaba con las proximidades de Nápoles y Salerno que parecían superpobladas. Al final llegué a Paestum, era una estación y un par de casas. Preguntando a la única persona que había, supe que para llegar a los templos era necesario caminar varios kilómetros por la llamada vía sagrada, me señaló la dirección donde estaba la puerta y hacia allí emprendí el paseo. Había una soledad absoluta, por el camino no pasaba ningún vehículo y al acercarme estaba frente a murallas antiguas y al marco de piedra de una gran puerta, allí comenzaba la vía sagrada. El camino cruzaba tierras cultivadas donde en la Antigüedad estuvo Paestum, sólo se veía una o dos granjas a lo lejos. Como oía ladridos rabiosos, busqué una rama para defenderme y empecé a caminar. Durante todo el camino no me crucé con nadie y la soledad parecía aumentar a medida que empezaban a caer las sombras de la noche, el camino parecía interminable y ya pensaba en retornar, pero sabía que si regresaba sólo encontraría la estación cerrada, pues no había más trenes.
Temores y oscuridad.
Empezaba a temer que no encontraría donde dormir, además no había comido nada desde el desayuno y empezaba a correr un viento frío. Finalmente llegué a una carretera, allí había una corrida de casas y tiendas, todas cerradas, excepto una. Caminé un par de cuadras y como ya se acababan las casas retorné al único negocio abierto, un bar. Entré y estaba casi vacío, sólo la encargada. Le consulté donde habría un hotel y me indicó que estaban todos cerrados pues aún no era la temporada turística, pero me contó que en este bar se disponía de piezas para alojados. Respiré tranquilo mientras me servía un campari soda y convinimos que me quedaría allí. Me llevó al patio trasero y allí había una larga corrida de piezas numeradas, todas con un baño privado y televisor. Yo era el único cliente. Mi dicha aumentó cuando le pregunté si había algo de comer, ella me pidió que volviera al bar en diez minutos y me tendría algo preparado. Volví y allí estaba en la mesa un botella de “mezzo litro de vino rosso” y un plato de “zuppa di verdura“, después apareció un humeante plato de “spaghetti alla bolognesa” y finalmente un espeso café.
El frío, la soledad y el temor que había acumulado durante la larga caminata desaparecieron en el vapor de la comida. Después de ver la TV un rato, disfrutando de las aventuras de un carabinero italiano que luchaba en contra de los mafiosos, me dormí feliz hasta que la luz de la mañana me despertó y me pregunté donde estaba.
El esplendor de Paestum.
Salí a visitar las ruinas de Paestum y comprobé, como dicen muchos italianos, que los templos griegos mejor conservados se encuentran en Italia. Era un conjunto monumental de varios templos construidos en una piedra dorada que brillaba al sol y el prado era exactamente como lo había visto en el póster, las hierbas crecían apretadas y eran muy diversas, algunas estaban floridas. Claro que ya no todo era como en el póster de mis ilusiones, todo estaba cercado, había que pagar una entrada y no se podía entrar a los templos. Pero de cualquier manera, el espectáculo era grandioso pues los templos a Hera, Atenea y la Basílica estaban dispersos en las suaves lomas verdes unidas por caminos que también parecían dorados. Los templos eran de estilo dórico, con gruesas columnas y capiteles muy sobrios, estaban construidos en plataformas en lo alto de las leves ondulaciones, lo que agrandaba su peso y dimensión. Todos ellos habían estado sumergidos en el mar y pantanos, los que finalmente se retiraron y permitió su reconstrucción casi perfecta. También visité un templo subterráneo que sólo fue descubierto a mediados del siglo XX y donde se encontraron muchos objetos, los cuales pude ver más tarde al visitar el Museo donde se exhiben vasos pintados, así como estelas de piedras talladas que formaban parte del frontis de alguno de los templos. Ahí se puede apreciar una de las pocas pinturas griegas que han llegado hasta nosotros. En este museo no sólo hay objetos encontrados en Paestum, sino que de otros lugares cercanos, supongo que hasta de Elea, la famosa ciudad griega que cobijó a un importante grupo de filósofos encabezados por Parménides que fundamentó la filosofía idealista y del ser permanente. Su discípulo Zenón de Elea, el de la paradojas, buscó demostraciones a esas teorías.
Toda la mañana caminé casi solo por los prados y recorrí completamente el lugar, imaginando que veía surgir a griegos vestidos en sus túnicas, paseando y discutiendo los problemas centrales de la filosofía, sin saber que sus pensamientos serían la base de toda la cultura occidental.
Así seguí el ritual de contemplar todos los templos desde todos los puntos cardinales, apreciando sus distintos tonos según si estaban de frente, de costado o de espaldas al sol, que ese día parecía brillar con especial luminosidad que se complementaba con una agradable temperatura y sin un soplo de viento, lo que contrastaba con la experiencia del día anterior.
Esa misma tarde regresé a Salerno y me quedé algunos día allí visitando otros lugares, pero la imagen de Paestum siempre regresaba como un lugar excepcionalmente bello, solitario y bien conservado.
La segunda visita.
Años después fui con mi hijo a visitar la Campania y consideré que sería un viaje incompleto sin conocer Paestum, esta vez era fin de la primavera y llegamos a Paestum en la mañana. Nos dirigimos al sitio arqueológico y a la luz del sol la vía sagrada me pareció muy distinta, había muchos turistas que se dirigían al lugar y los perros, en vez de amenazarnos parecía que nos saludaban, la caminata era un agradable recorrido que sólo tomaba unos minutos y no producía ningún cansancio.
La carretera, donde está la entrada a los monumentos, que era la verdadera vía sagrada en el pasado, ahora parecía bulliciosa con el paso de vehículos, se veían avisos de hoteles y flechas que indicaban su dirección, las tiendas, especialmente cafés, bares, restaurantes y negocios de souvenirs, estaba abiertas y había grupos de turistas conversando animadamente. Todo era distinto. Me parecía que la primera visita había sido un acto personal, sin testigos, ahora era un acto público más alegre y bullicioso.
Visitamos todos los templos y a menudo debimos refugiarnos junto a algunos laureles y pinos porque el sol, no sólo era brillante, sino que calentaba muchísimo. Un rato seguimos a un grupo con una guía que con mucha habilidad contaba la vida en la Antigüedad, las actividades de los habitantes, los productos que exportaban y cómo se realizaban las ceremonias religiosas siguiendo las calles, de las cuales sólo existían los senderos pavimentados con las hermosas piedras doradas. Nos contó que era un gran puerto comercial que finalmente debió ser abandonado porque la malaria se hizo endémica en la región. Fue una ciudad dedicada a Poseidón, el dios del mar y su nombre deriva de ese dios y la guía nos mostró ruinas de algunas viviendas y edificios públicos que yo no había observado la vez anterior porque se escondían entre hierbas altas y laureles de flor.
Creo que mi hijo también se impactó por la presencia del pasado que aparecía inmortalizado en los grandes templos que permanecían incólumes. Supongo que él disfruto más que yo, aunque no puedo negar que Paestum es uno de los lugares que más me han conmovido en mis viajes.
A la salida del campo, encontramos algunos vendedores de chucherías y yo compré una reproducción del templo de Hera, reproducción bastante burda, hecha en yeso y que costaba una suma sideral para mis bolsillos. Aún la tengo y ahora no me arrepiento de haber hecho ese gran gasto pues me trae los aromas de las hierbas y el sol de Paestum
Lo mejor del mundo griego.
Como resumen de mis viajes por el mundo griego, que es mi especial fascinación, creo que el conjunto monumental de la Acrópolis de Atenas es lo más bello y perfecto. En seguida está Paestum y en tercer lugar Agrigento. Estos tres lugares son la cúspide de los legados materiales que nos dejaron los griegos. Hay que destacar que tanto Paestum como Agrigento están en lo que se llamaba la Magna Grecia, en lo que actualmente es el sur de Italia, entre Campania y Sicilia. Son por lo tanto, ciudades periféricas y en alguna medida secundarias.
Sin embargo, hay que reconocer que los otros lugares importantes de la Grecia Antigua son Delfos, Olimpia y Delos, pero, lamentablemente lo que resta allí, son débiles reflejos de lo que debieron ser, en cambio Paestum y Agrigento están extraordinariamente bien conservados.
Patricio Orellana Vargas
patoorellana@vtr.net
21 de julio de 2008